Kaixo guztioi!!!
Para variar un poco y aderezar
tanto verde, esta vez os invito a pegaros un viaje por nuestra preciosa costa.
Cada cierto tiempo retumba de
forma poderosa una llamada primitiva en nuestra mente. Y recordándonos nuestro pasado
más lejano, nos empuja a acercarnos a la costa a oler el salitre de nuevo.
Quizás no os pase a vosotros,
pero unos cuantos años pescando por encima y por debajo de las aguas del
cantábrico a mi me dejaron una cicatriz que de vez en cuando escuece…y trae
recuerdos.
Nuestra costa es hermosa como la
que más. El que no se haya dado cuenta de ello es simplemente porque no la
conoce. Pero sus enfados son de la misma
magnitud que su belleza. A veces son pequeños cabreos y otras son broncas
monumentales. Los pequeños cabreos suelen traer sustos más o menos serios a
quien los sufre. Las broncas monumentales…mejor verlas desde tierra firme.
Aunque eso ya es otra historia, que
dejamos para otro día. Hoy vamos a estar tranquilos.
Como decía, la llamada se hace insoportable
a veces y no hay más remedio que hacerle caso. A ver si consigo que una que yo
me sé entienda esto de las llamadas… ;º)
Ahora que las salidas son un poco
más selectivas, si cabe, intento elegir un poco mejor el día. Aunque, al final,
casi siempre acabe yendo cuando puedo.
En fin. La cosa es que allí me
planté, en la calita de Meñakoz, con ganas de estirar y mojar las piernas un
poco.
Unos preciosos nubarrones surcaban
en el cielo mientras una franja limpia de nubes se mantenía en el horizonte.
Justo al revés de lo que suele pasar, que ni pintado vamos. La mar un poco más movida que de
costumbre animaba a ser cauto. Personalmente prefiero que esté un poco peleona.
A la hora de hacer fotos suele dar bastante más juego que cuando está como un
plato.
No me podía quejar, desde luego.
Tenía una foto en la cabeza y el
hecho de que de vez en cuando entraran series de olas un poco más grandes me lo
iba a poner difícil. Estuve buscando y rebuscando algo que me llamara la
atención para tener un plan B pero no estaba muy inspirado (últimamente es algo
habitual) así que tocó esperar bastante para que la marea me dejase llegar
hasta donde quería.
Estas fotos a la carrera tienen
algo especial. Quizás porque para el que las hace tienen algo más de efímero,
de momento único. Ese juego de malabares con el trípode (esa pata que siempre
se traba), la cámara (que siempre está a punto de caerse…llegará el fatídico
día…), disparador (queda comprobado que son sumergibles), los filtros…(que no
he cogido el de dos pasos, vuelta para atrás), las rocas que resbalan lo suyo y
más… Aaayy…que bonito es esto de la fotografía!!! ;º)
Pero por fin estás sobre TU roca.
Y llegan esos cortos minutos de gloria. El sol cae a plomo, como si tuviera
prisa por marchar. Se deja ver y se vuelve a esconder entre las nubes más
bajas. Sabes que va a volver a salir un poquito, justo abajo del todo, para
soltar ese último rayo, el más colorido, el más suave. Y lo atrapas en tu caja
negra.
Miras la pantallita y sabes que
se va a quedar contigo. Lo guardas en la forma más bella que has sabido para
poder compartirlo más tarde.
A la vuelta, la luz, el color y un
pequeño bolo que destaca entre el resto invitan a sacar otra vez la cámara.
Los cálidos no volverán hasta
mañana y las tonalidades azuladas cada vez se harán más patentes. Durante esta
batalla colorística, el cielo muestra unas bonitas tonalidades rosáceas.
Intento “encerrar” el agua entre
las rocas y a la vez sitúo el bolo en el mismo eje que el peñón para potenciar
y asentar la posición de ambos.
Se me hace imposible “dominar” la
luz en una única toma incluso con el inverso de tres pasos. Así que el revelado
del RAW (negativo digital) se hace por duplicado. Un revelado más oscuro para
el cielo y uno más luminoso para el resto. Posteriormente se funden
manualmente.
No es algo que suela hacer pero
hay ocasiones en las que resulta muy útil. La toma me gustaba como para
intentar salvarla y de paso os lo explicaba. Además el resultado suele ser
bastante más sutil y, a la postre, más natural que usando un filtro más
potente.
Y hablando de postres, un par de
imágenes para acabar. Esta vez con poquito texto, que siempre me enrollo.
Las dos tomadas el mismo día
junto a San Juan de Gaztelugatxe, un lugar mágico donde los haya. Con el peñón de
Aketx como fondo.
En esta última además con el faro
de Matxitxako que pone el contrapunto cálido y humano a la escena.
AGUR!!!
PD: Si pincháis en las imágenes, algunas se ven más grandes.